De Rafael Alberti, Federico García Lorca, Luis Cernuda, Vicente Aleixandre, Pedro Salinas, Dámaso Alonso, Jorge Guillén, Emilio Prados y Manuel Altolaguirre a la Generación del Bus27. Cómo cambia la historia!!!
Parada Luis Montoto (San Benito) Por donde paso todos los días a la ida y a la vuelta y simpre recuerdo ese 21 de Marzo... A continuación la versión para televisión, el texto completo, la prensa y una galería de fotos.
Foto: Jesús Romero
EXALTACIÓN A NUESTRA SEÑORA
DE LA ENCARNACIÓN
por
Diego J. Geniz
Antonio Casado
Una producción de UNAMULTIVISIÓN
21 de Marzo de 2014
Parroquia de San Benito
LA EXALTACIÓN
AVISO DE LOS AUTORES
La Exaltación a Nuestra Señora de la Encarnación está concebida como multiproyección para dos pantallas y bóveda de la Iglesia junto a la narración en directo del exaltador con la banda sonora. El vídeo es una versión para televisión.
EL TEXTO DE LA EXALTACIÓN
Foto: Jesús Romero
CON
LA VENIA
Director espiritual, excelentísimo
alcalde de la ciudad de Sevilla, delegada del Distrito Nervión, junta de
gobierno de la Hermandad de San Benito, hermanos, amigos, cofrades todos.
Antes que nada, y ya que los dos
exaltadores trabajamos en medios de comunicación, acudamos a la actualidad:
Es viernes de marzo, acabamos de estrenar
primavera, y falta poco más de 20 días para dar rienda suelta a la Pasión. Para
un nuevo martes marcado por la sangre de los años. Y precisamente, en esta
encrucijada de fechas y caprichos del almanaque, resulta que en cuatro días
–martes también- estaremos celebrando la Encarnación del Hijo de Dios. Es
decir, el germen del Nacimiento que nos lleva al Calvario. O lo que es lo
mismo, y empleando un lenguaje audiovisual que viene muy al caso, un flashback (perdonen la pronunciación,
pero el inglés nunca fue lo mío). Usemos, pues, este término anglosajón para
explicar lo que mi compañero Antonio Casado y yo les hemos preparado.
Con el permiso de ustedes, les sumergiremos
en un barroco guión cinematográfico en el que el pasado se conjuga con el
presente y el presente es el verbo del futuro.
No en vano, el Verbo -con mayúsculas- fue
el que se cubrió con la piel de los mortales y habitó, antes que nada, en el
vientre de una Mujer, sagrario incorruptible de nueve meses. Entrañas que lo
dejaron marcado para siempre en el pretérito, en el presente y en el devenir. Como
todos los que nos encontramos aquí estuvimos, estamos y estaremos atados al
regazo de una Madre en el que contamos los primeros minutos de la vida. Ése
esel punto exacto donde comienza la
narración de cada uno de nosotros, el documental que nos tiene reservado un
papel protagonista condicionado por el guión del tiempo. El fluir constante que
pule los segundos hasta arrastrarnos con el caudal nada benévolo de los años.
Precisamente, tiempo, y mucho, es lo que
tarda el 27. Autobús que hace a diario su particular estación de penitencia
desde Sevilla Este (o Córdoba Oeste, según se mire) hasta las entrañas del
centro, pasando por la Calzá, que un día parecía igual de lejana que el punto
de partida. (Para que luego digan, querido alcalde, que Tussam no tiene
literatura…)
En esa línea de autobús, que mi compañero
de exaltación usa cada día, fue leído por vez primera –vía Iphone- el texto que
ahora os pronuncio, el esqueleto que Antonio Casado ha revestido con un manto
de imágenes y sonido. Bueno, mejor dicho, de la imagen de la Sagrada Imagen,
porque aquí, cual columna salomónica, nos gusta retorcer la línea simple, que
pocas veces es la más directa. Los caminos de Dios, al fin y al cabo, son
inescrutables, y como el 27, siempre, tras muchas paradas, alcanza la médula de
una ciudad que estos días despierta de su letargo invernal.
En este sinuoso recorrido hay sendas
marcadas profundamente por la añoranza de una época que aún guardamos en el
interior, de las cruces que hemos ido portando, y como no, de las ausencias que
cada vez resultan más pesadas. No podíamos emprender este trayecto sin volver
la vista atrás y encontrarnos, entre tantas miradas, con la de Luis Arjona,
memoria reciente y sublime de esta hermandad.
Tampoco debemos partir sin las alforjas
llenas de gracias, de agradecimientos a tantos que nos han apoyado estos meses
para que sea realidad lo que van a ver y oír en pocos instantes. Cometido que
hubiera sido simplemente una quimera de no contar con la colaboración técnica
de José Carlos Guerra-Librero, Javier Conde, Jorge Borreguero, Ismael
Gutiérrez, Pepe Nieto, Benito Ruiz, Eduardo Gutiérrez y el centro cultural El
Farol; la de los cámaras de televisión Antonio Mesa, Laura Gámiz y Cabo
Villalba o la aportación gráfica de la hermandad, de Tele Sevilla, de los hijos
de Manuel Cardenete López y de nuestros hermanos Julio Domínguez Arjona y
Carlos Navarro Antolín. Ayuda gratuita -como tanto gusta en Sevilla- a la que
hay que añadir la del grupo de priostía, siempre disponible para cuanto se le
ha requerido.
También dar las gracias a la mano de Charo
(Encarni para los amigos) que un día nos trajo por la senda correcta para ser sambeniteros. Y, por supuesto, a Ángela,
esa niña que con poco más de medio año es la auténtica responsable de lo que
hemos preparado hoy, pues en su bautizo se forjó esta idea que luego fue
propuesta a la junta de gobierno, que con su hermano mayor al frente, Pepe
Maestre, siempre nos ha respaldado. Gracias a todo por vuestro apoyo, y
especialmente a Pedro, por su arriesgada apuesta.
Qué mejor manera que la de alzar la bandera
de la niñez para adentrarnos en la senda de la Encarnación, en la aventura de
volver a ser unos críos.
Prepárense, desconecten sus móviles, afinen
los oídos y agudicen la vista. Déjense llevar por esta corriente de palabras e
imágenes, por el río de la vida.
EL RÍO DE LA VIDA
Guión y dirección: Antonio
Casado
Textos y exaltación: Diego
J. Geniz
Producción: Unamultivisión
A
Ángela, al niño que llevamos dentro
CAPÍTULO I.GOLPE A GOLPE, BESO A BESO
Como quien espera el alba...
Foto: JJ Comas
Así nacemos a esta vida. Encarnándonos en
un río que desde la primera gota va buscando el mar con el que fundirse. Somos
tiempo en continua corriente. Fluir de un manantial que se desboca con las luces
inmaculadas del nuevo día. Apenas amanece y ya el orto rezuma vísperas de
ocaso.
El río está en el origen. El hacedor de
una ciudad que moldeó la historia a los caprichos de la corriente. Caudal que
fue jugando con los siglos de una urbe erguida sobre palos. Heráclito fluir que
hizo de la dualidad la simetría compensatoria: Dos orillas. Dos mundos. Dos
Sevillas.
El manantial se recreó ensimismado en un
margen. Allá, donde el barro se hace espejo para mirar la Pureza de la
corriente. Agua cristalina de la que brotó esta Madre. El Siglo de Oro retorció
el dolor de su belleza. Calafates le dieron la gracia de su nombre. La cava
fraguó la devoción. Triana… la dejó para siempre incardinada al aire de la
ciudad.
El fluir de la existencia la trajo en
vuelo hasta otro puente. Pues estaba escrito que debía hacerse Madre entre las
madres de este barrio. Empezaron a hilvanarse los años. El árbol nuevo creció
en suelo amigo. Poniendo, como tantas madres, la luz a épocas grises, la
ternura a tiempos de odio, el amor a días de hambre.
El río de la vida arrastró sus propias
cruces. Los caprichos de la corriente volvieron a moldear la historia. Otro
exilio. Otro refugio. Una nueva superación. Con los años...todo regresó a su
cauce.
Los hijos de aquellas riadas supieron
abrir en canal el tiempo. Lo que en un principio era un retal de agua es hoy un
inmenso mar coronado por el azul de la infancia.
Y así, golpe a golpe, beso a beso, en
nosotros el río de la vida se fue ENCARNANDO.
Foto: Jesús Romero
CAPÍTULO II.DE BELÉN AL CALVARIO
Foto: Jesús Romero
Al
principio de todo fue la Madre. El ser en el que Dios se recreó para dar
sustento al hombre. El sagrario de la vida.
Somos hijos de un SÍ rotundo. Del sacrificio
inquebrantablemente aceptado. Desde el vientre de Belén hasta el regazo del
Calvario. En el gozo y el llanto, en la amargura y la alegría, en la salud y la
enfermedad. No hay instante que escape al cobijo de su manto.
Nuestra historia está cosida al dobladillo
de sillas bajas y horas de radio. A tardes de coplas y noches de desvelo. El
devenir nunca rompe el cordón umbilical al que quedamos atados de por vida. Ni
siquiera la muerte rasga el lazo con la mujer que una vez se derramó hilo a
hilo sobre la cuna.
Ella sabe de horas de sufrimiento. De los
mejores consejos pocas veces atendidos. De fidelidad pese al puñal que le clava
el destino. Sólo ella siente los dolores del hijo como si fueran suyos. No
guarda rencor aunque la dejemos en tantas ocasiones en un segundo plano.
Siempre tiene preparado el pan sobre la mesa. Antepone nuestra hambre a la
suya. Con sus manos nos enseñó a caminar. A no perder el rumbo. Esas manos que
extrañas cuando sales a la calle y no sientes el tibio roce de sus dedos.
El corto camino de la memoria te devuelve
a esas noches acurrucado en su regazo, tabernáculo de cariño. Al regocijo de
unos brazos que te mecieron en un sueño de varales. Al balanceo de piernas
clavadas tantas veces en tierra para acabar de vestirte. A enredar las caricias
en los cabellos que encaló la edad. A los labios de los que aprendiste el
primer padrenuestro.
El paso inexorable de la vida te llevará a
ese día en el que buscarás su rostro y no lo encontrarás a la salida de la
parroquia. Ni en aquella calle donde solía verte en la tarde más mágica de
todas. Epifanía de primavera.
Foto: JJ Comas
Un escalofrío recorrerá en vertical tu
cuerpo. El recuerdo volverá a herirte con esa lágrima de acero que esconde el
antifaz de los años.
Sólo cuando la madurez nos alcanza
comprendemos que una madre es el tiempo que nunca muere.
CAPÍTULO III.EL TIEMPO SIN TIEMPO
Foto: Jesús Romero
¡Quién pudiera retener el ángel de la
infancia! Quedar atrapados en el estanque cernudiano de la niñez. El tiempo sin
tiempo. Relojes estériles de minuteros que dilatan aquel paraíso dorado del que
nos expulsaron los años. Hoy volvemos a encarnarnos a esa edad en la que
conocimos el calor de una mano que nos llevó hasta este templo, extramuros
entonces de la ciudad. Aquí, donde tras un puente se alzaba el gozo. Sueño
párvulo con el martes preciso de cada primavera. Aquel ingenuo roce con la
túnica y la capa. La primera vez que las vestimos. El rito que no aprendimos,
sino que heredamos al empezar a escribir la vida.
Renglones iniciales que se reeditan cuando
se encarna en nosotros el niño que nunca abandonamos. Hoy fluye otra vez aquel
tiempo. Arroyo revoltoso de recuerdos que nos devuelven a estas calles en las
que fue la infancia un abatido conocer postrero.
Volvamos a ella. Busquemos el azúcar que
nos han ido negando los años. Recuperemos la inocente mirada cegada por la luz
nueva de marzo. Añoremos los hombros de un padre sobre los que creíamos arañar
las nubes (de algodón dulce, por supuesto). Sintamos el regazo de esa mujer en
el que se acunaban las horas de cansancio. Esperemos la llegada del amigo con
el que las tardes siempre se hicieron cortas. Y atrapemos la ingenua ilusión de
atisbar el primer nazareno.
Regresemos, pues, a esa patria de todo
hombre cuando apenas levanta varios palmos del suelo. Seremos -en ese mundo
diseñado a nuestro antojo- el que cincela fantasías en la plata, quien hace del
compás arte mayor bajo la trabajadera, el sonido que borda la sinfonía en un
pentagrama o la mano que plasma sobre el terciopelo la vira de oro que traen
estas tardes de marzo.
¿Cuántos mundos caben en la mente de un
niño? Tantos como siglos en su corta memoria. Por eso hay que volver la vista
atrás, encaramarse a ese tiempo que el tiempo redujo a un instante. Cuando la
cruz aún no resulta pesada, en el primer momento de la tarde. Ahí está la
Arcadia que escapa a la oscura noche de las leyes que inventaron los hombres.
La vida que siempre vence a la muerte.
Estas calendas nos devuelven al chiquillo
que llevamos dentro. La ENCARNACIÓN es un misterio que florece en nosotros al
son del azahar. El espíritu que se despoja del fúnebre manto del invierno nos
fecunda en un aliento de esperanza. Y buscamos -del salón en el ángulo oscuro-
el beso de una madre que nos diga: levántate y anda.
Foto: Jesús Romero
CAPÍTULO IV. AL DOLOR, POR LA BELLEZA
Foto: Jesús Romero
El oro de la infancia se muta en plata
adolescente. Cuerpos que crecen, dobladillos que menguan. El niño da paso a un
chaval que va deshojando los años alborotados de la vida. La madre que se
desvelaba en horas de fiebre es la misma que espera impaciente la llegada del
joven en noches que abrazan la mañana. La edad en la boca, el espíritu en el
alma.
La juventud se encarna cual gota del rocío
a la aurora. Fresca y llena de escarcha enjoya los varales de un nuevo tiempo
en el que se vislumbra la cruz. El aire de la tarde queda impregnado de
intensos aromas cuando muda la piel de la existencia. El primer manantial se
hace río caudaloso que arrastra impasible el agua.
Ramas de olivos y palmas para pisar los
umbrales de la ciudad de los mayores. Urbe de efímeros tesoros que seducen a la
vista. Oro, plata y sedas visten esta Jerusalén que conduce irremediablemente
al Calvario. Al dolor, siempre por la belleza.
El cariño de una madre engalana de
hermosura el sufrimiento. Pone la quietud sonora a la desbordante alegría y el
grito de esperanza a la callada zozobra. Cuando la tarde se troca en noche y el
sol queda enmudecido, sigue perenne en Ella la luz de abril desparramada en la
roja sangre de su paso.
Sangre que corre por las venas de un Hijo
que presentan a la ciudad cuando la ciudad se reencuentra con ella misma. El
porvenir queda al sufragio del pueblo, en aras de la muchedumbre. A cara o
cruz.
Una Madre acepta la sentencia del destino,
aquélla que se dicta en los pretorios de hospitales y en las cárceles de la
vida. El calvario se escribe en las seis letras de una enfermedad. En las manos
atadas de un hombre condenado a la esclavitud banal. En las espinas de un hogar
donde sólo se respira el hambre de la desidia.
Foto: Antonio Casado
El aguijón del sufrimiento acentúa la
belleza de esta Mujer que llora como sólo saben hacerlo las madres de los
barrios. Bajando la mirada al suelo por el que se arrastran las cruces nuestras
de cada día. Ella no está hecha para contener la tristeza. No entiende de finos
y fingidos modales. Quiebra el talle por el vacío horodado en sus entrañas.
Busca en su vientre el hueco del Hijo para acunarlo con sones de diciembre. El
pañal en el que un día empezó a escribirse la vida ha bordado un pañuelo de
lágrimas con los años. Todo el dolor del mundo cabe entre las manos de una
Madre.
Aquel Niño presentado una vez en el templo
lo presentan hoy como Hombre en esta urbe que abandonó para siempre el paraíso
de la infancia. En el brillo de sus ojos aún se adivina el brío del chiquillo
que lleva por dentro. El que encadenaba las horas con las virutas de un
carpintero. El que corría cada tarde a los brazos expectantes de su Madre.
Cuando el dios de la juventud se aferra a
la vida, es esa Madre la que hace la mayor entrega al pueblo. Sin necesidad de
Pilatos ni de subir al Gólgota. Sólo la Calzá escucha las palabras susurradas
al aire del Martes Santo. El Ecce Homo que pronuncia la rosa
entreabierta de sus labios: “Hijo, ahí tienes a tu ciudad. Sevilla, ahí tienes
a tu Hijo”.
Foto. Jesús Romero
CAPÍTULO V. MARTES DE SANGRE
Foto: Antonio Casado
Hay un día en el calendario marcado con el
rojo de las fechas importantes. El mismo color que abraza el cuello ese martes
en el que denso, suave el aire, te devuelve en leyenda a tu origen. Todos los
caminos conducen a estas calles que te vieron crecer, en las que aprendiste que
la vida no es más que una semana. Y ni siquiera eso, si acaso, una tarde que se
estrena con el sol de la infancia y que expira con la senectud de la luna.
Horas que le dan sentido a la existencia.
Minutos heredados de generación en generación. De padres a hijos, de hijos a
nietos. Un constante fluir. El río de la familia. Agua siempre nueva que
atraviesa viejos cauces. El niño que fuiste, el joven que has sido y el hombre
que eres se dan cita al cobijo de la acicalada capa que abriga las emociones
por las que el tiempo nunca pasa.
Con los años has aprendido a portar la
cruz e incluso a amarla, pues te va la sangre en ello. En ese reguero impaciente
que corre por las venas en la sobremesa de esta tarde. Líquido rojo que se
dispara, cual flecha ardiente, del barrio al centro, del extramuro a la médula.
Ya no está el puente que tan imposible se
hacía a la ida y tan fatigoso a la vuelta. No hay ecos de viejos trenes en las
vespertinas horas de este martes. Pero aquí siguen, policromando el cielo, los
globos de la niñez. Sus dibujos son nuevos, como nueva es la ilusión que renace
en los ojos cansados de aquel amigo de tardes cortas. Las marcas que talló la
edad en su rostro acentúan la sonrisa con la que cada año, el mismo martes,
acompaña al reencuentro. El exilio no pudo nunca desdibujar la forma en la que
sujeta el antifaz al rostro. Cuestión de siglos.
Hoy de aquel barrio apenas queda el pueril
recuerdo de un tiempo que se fue abreviando como siglas en la memoria. El
campanario se convierte en faro para atraer a los hijos que desperdigó el
oleaje de la diáspora. Lo que antes eran casas en las que se amasaban penas y
alegrías familiares se han trasmutado en oficinas donde la vida se firma sobre
el blanco y frío papel de un contrato.
De regreso, cuando el cuerpo vaya buscando
las tablas del descanso, quedarán pocos místicos en su rincón. Aquéllos que
seguían su rosario deconvites mientras
la fiesta cristalizaba en la esquina concreta de la taberna. Ahora el oscuro
manto de la noche se preña de rótulos luminosos, de olor a embutidos germánicos
y del ruido metálico donde se condensa el líquido y rubio elemento que tanto
agrada al gaznate. Nuevas formas para antiguos tiempos.
Cada Martes Santo la Viña desempolva su
ancestral orgullo de barrio y penetra en el corazón de la ciudad envolviéndolo
todo con ese aire ensimismado de perfume y memoria, de Roma triunfante. La
encarnación de un tiempo que quedó atrapado en las entrañas de la añoranza. En
cada pliegue de la vieja túnica. En el relato de un Pilatos simpático y buen
mozo, al que no gana el de la Macarena.
Hasta el agua invitada por el cielo forma
parte ya de la historia que ha conocido la penitencia tres veces repetidas,
tres, de no poderle contar a un hijo cómo son estas horas cuando las baña el
sol de la tarde. Crónicas de papel mojado.
La luz se ha ausentado como aquellos hijos
pródigos a los que un día cubrió el hábito de la rebeldía. El cruel destierro
cae de bruces en el abismo tenebroso de la apatía.
Pero el paso largo de la memoria nos
devuelve siempre a esta jornada de estela luminosa. La procesión va por dentro,
como el sol late tras las nubes, derrotando aquel momento oscuro en el que
perdimos el signo vital de la inocencia.
En este martes el alma regresa a sus
andadas. A la fe de tus mayores, a la sangre de tu sangre. Aquí, a San Benito,
donde una Madre nunca se cansa de esperar.
Foto: Antonio Casado
CAPÍTULO VI.DONDE HABITA EL OLVIDO
A la hora sexta de la tarde un Hombre
derrama su sangre cosido a la cruz.
Cristo de la Conversión del Buen Ladrón (Hermandad de Montserrat)
El tiempo se ha cumplido. Nada queda de
aquellos brillos que bordaron las edades tempranas. El cuerpo es despojo de
años. Sólo el alma mantiene el candil encendido. La llama que sostiene el leño,
pesado y augusto, de este último tramo de manos arrugadas y nieve sobre el
pelo. Ha de procederse como está escrito. El guión con final conocido desde el
principio.
Llega un momento en el que la historia se
nos viene encima. En el que la vida parece ya gastada en el limpio aire de la
ciudad. La silueta de un Hombre, que rompe los cielos que una vez perdimos, nos
recuerda, con sus brazos abiertos, que nadie es libre de morir su muerte.
La soledad viste la noche de los tiempos.
Su negro atavío cubre el pulso, ya tembloroso, por el que se escapa la
existencia. Mirada vidriosa que queda atrapada en una fría sala donde habita el
olvido. El lecho del dolor se ha hecho santo madero en este decrepitar. La cruz
de los años que aprendiste a portar como ese Nazareno, Dios de un pueblo en las
madrugadas que han ido jalonando la vida. La victoria del amor, al que no vence
la tiranía del desprecio.
Nuestro Padre Jesús de La Algaba
Todo se ha consumado. En un pestañear de
ojos el río ha ido a parar a la mar. La gloria pasajera de un martes ha
desembocado en estas postrimerías de flores marchitas, cera derretida y oros
desvencijados. La vida es un palio que se aleja en lontananza, el centelleo de
sus últimas luces se funden a negro en la retina de la memoria. Cuando las
tinieblas se adueñan de ese momento incierto, este Dios de brazos abiertos
rasga el velo del tiempo con las más bellas palabras que legaron los siglos:
“Hoy estarás conmigo en este paraíso de abriles eternos”.
Residencia de las Hermanas de los Pobres. Foto: Antonio Casado
Los ojos se irán cerrando con los sones de
la última promesa. En el sueño de una nueva ENCARNACIÓN que nos devuelva a los
viejos sitios en los que una vez amamos la vida.
Donde nacimos para morir siempre.
Foto: Jesús Romero
CAPÍTULO VII.EL ETERNO RETORNO
Foto: Antonio Casado
El mar es infinito. Sin horizonte.
Plenitud salada. Atrás quedan las aguas dulces que fueron surcando meandros. A
esta eternidad de olas van llegando los caudales que una vez nacieron
cristalinos y puros para morir junto a la arena de los siglos.
El eterno retorno. Otra vez volverá a brotar
el líquido elemento. El milagro de la vida se hará de nuevo en ese manantial
breve y preciso que irá ganando pulso con los años hasta convertirse en el río
maduro que fertiliza los campos.
Foto: Jesús Romero
La historia será una y mil veces contada a
través de los ojos de esta Madre que sostiene el pilar del tiempo. Todo pasa y
sólo Ella queda. Encarnando en sus entrañas los hijos efímeros del devenir, el
gerundio que nos lleva al barrio donde se acuna el pretérito.