sábado, 18 de enero de 2020

ALTAR DE NOVENA. ARCHICOFRADRÍA DE PASIÓN


En una noche del mes de Enero, el Altar de la Novena a Jesús de la Pasión.
Iglesia Colegial del Divino Salvador.






















Fotos: Antonio Casado

viernes, 27 de junio de 2014

Exaltación Audiovisual a Nuestra Señora de la Encarnación de la Hermandad de San Benito

Parada Luis Montoto (San Benito)
Por donde paso todos los días a la ida y a la vuelta y simpre recuerdo ese 21 de Marzo... A continuación la versión para televisión, el texto completo, la prensa y una galería de fotos.
 


 

Foto: Jesús Romero
 
EXALTACIÓN A NUESTRA SEÑORA
DE LA ENCARNACIÓN
por
Diego J. Geniz
Antonio Casado
 
Una producción de UNAMULTIVISIÓN
 
21 de Marzo de 2014
Parroquia de San Benito
 
 
LA EXALTACIÓN
 
AVISO DE LOS AUTORES
La Exaltación a Nuestra Señora de la Encarnación está concebida como multiproyección para dos pantallas y bóveda de la Iglesia junto a la narración en directo del exaltador con la banda sonora. El vídeo es una versión para televisión.
 
 
 
 
 
EL TEXTO DE LA EXALTACIÓN


Foto: Jesús Romero
 
CON LA VENIA
Director espiritual, excelentísimo alcalde de la ciudad de Sevilla, delegada del Distrito Nervión, junta de gobierno de la Hermandad de San Benito, hermanos, amigos, cofrades todos.
     Antes que nada, y ya que los dos exaltadores trabajamos en medios de comunicación, acudamos a la actualidad:
     Es viernes de marzo, acabamos de estrenar primavera, y falta poco más de 20 días para dar rienda suelta a la Pasión. Para un nuevo martes marcado por la sangre de los años. Y precisamente, en esta encrucijada de fechas y caprichos del almanaque, resulta que en cuatro días –martes también- estaremos celebrando la Encarnación del Hijo de Dios. Es decir, el germen del Nacimiento que nos lleva al Calvario. O lo que es lo mismo, y empleando un lenguaje audiovisual que viene muy al caso, un flashback (perdonen la pronunciación, pero el inglés nunca fue lo mío). Usemos, pues, este término anglosajón para explicar lo que mi compañero Antonio Casado y yo les hemos preparado.
   Con el permiso de ustedes, les sumergiremos en un barroco guión cinematográfico en el que el pasado se conjuga con el presente y el presente es el verbo del futuro.
     No en vano, el Verbo -con mayúsculas- fue el que se cubrió con la piel de los mortales y habitó, antes que nada, en el vientre de una Mujer, sagrario incorruptible de nueve meses. Entrañas que lo dejaron marcado para siempre en el pretérito, en el presente y en el devenir. Como todos los que nos encontramos aquí estuvimos, estamos y estaremos atados al regazo de una Madre en el que contamos los primeros minutos de la vida. Ése es  el punto exacto donde comienza la narración de cada uno de nosotros, el documental que nos tiene reservado un papel protagonista condicionado por el guión del tiempo. El fluir constante que pule los segundos hasta arrastrarnos con el caudal nada benévolo de los años.
     Precisamente, tiempo, y mucho, es lo que tarda el 27. Autobús que hace a diario su particular estación de penitencia desde Sevilla Este (o Córdoba Oeste, según se mire) hasta las entrañas del centro, pasando por la Calzá, que un día parecía igual de lejana que el punto de partida. (Para que luego digan, querido alcalde, que Tussam no tiene literatura…)
     En esa línea de autobús, que mi compañero de exaltación usa cada día, fue leído por vez primera –vía Iphone- el texto que ahora os pronuncio, el esqueleto que Antonio Casado ha revestido con un manto de imágenes y sonido. Bueno, mejor dicho, de la imagen de la Sagrada Imagen, porque aquí, cual columna salomónica, nos gusta retorcer la línea simple, que pocas veces es la más directa. Los caminos de Dios, al fin y al cabo, son inescrutables, y como el 27, siempre, tras muchas paradas, alcanza la médula de una ciudad que estos días despierta de su letargo invernal.
     En este sinuoso recorrido hay sendas marcadas profundamente por la añoranza de una época que aún guardamos en el interior, de las cruces que hemos ido portando, y como no, de las ausencias que cada vez resultan más pesadas. No podíamos emprender este trayecto sin volver la vista atrás y encontrarnos, entre tantas miradas, con la de Luis Arjona, memoria reciente y sublime de esta hermandad.
  Tampoco debemos partir sin las alforjas llenas de gracias, de agradecimientos a tantos que nos han apoyado estos meses para que sea realidad lo que van a ver y oír en pocos instantes. Cometido que hubiera sido simplemente una quimera de no contar con la colaboración técnica de José Carlos Guerra-Librero, Javier Conde, Jorge Borreguero, Ismael Gutiérrez, Pepe Nieto, Benito Ruiz, Eduardo Gutiérrez y el centro cultural El Farol; la de los cámaras de televisión Antonio Mesa, Laura Gámiz y Cabo Villalba o la aportación gráfica de la hermandad, de Tele Sevilla, de los hijos de Manuel Cardenete López y de nuestros hermanos Julio Domínguez Arjona y Carlos Navarro Antolín. Ayuda gratuita -como tanto gusta en Sevilla- a la que hay que añadir la del grupo de priostía, siempre disponible para cuanto se le ha requerido.
     También dar las gracias a la mano de Charo (Encarni para los amigos) que un día nos trajo por la senda correcta para ser sambeniteros. Y, por supuesto, a Ángela, esa niña que con poco más de medio año es la auténtica responsable de lo que hemos preparado hoy, pues en su bautizo se forjó esta idea que luego fue propuesta a la junta de gobierno, que con su hermano mayor al frente, Pepe Maestre, siempre nos ha respaldado. Gracias a todo por vuestro apoyo, y especialmente a Pedro, por su arriesgada apuesta.
    Qué mejor manera que la de alzar la bandera de la niñez para adentrarnos en la senda de la Encarnación, en la aventura de volver a ser unos críos.
    Prepárense, desconecten sus móviles, afinen los oídos y agudicen la vista. Déjense llevar por esta corriente de palabras e imágenes, por el río de la vida.
 
EL RÍO DE LA VIDA
Guión y dirección: Antonio Casado
Textos y exaltación: Diego J. Geniz
Producción: Unamultivisión

A Ángela, al niño que llevamos dentro
CAPÍTULO I. GOLPE A GOLPE, BESO A BESO

Como quien espera el alba...
 

Foto: JJ Comas
 
    Así nacemos a esta vida. Encarnándonos en un río que desde la primera gota va buscando el mar con el que fundirse. Somos tiempo en continua corriente. Fluir de un manantial que se desboca con las luces inmaculadas del nuevo día. Apenas amanece y ya el orto rezuma vísperas de ocaso.
     El río está en el origen. El hacedor de una ciudad que moldeó la historia a los caprichos de la corriente. Caudal que fue jugando con los siglos de una urbe erguida sobre palos. Heráclito fluir que hizo de la dualidad la simetría compensatoria: Dos orillas. Dos mundos. Dos Sevillas.
     El manantial se recreó ensimismado en un margen. Allá, donde el barro se hace espejo para mirar la Pureza de la corriente. Agua cristalina de la que brotó esta Madre. El Siglo de Oro retorció el dolor de su belleza. Calafates le dieron la gracia de su nombre. La cava fraguó la devoción. Triana… la dejó para siempre incardinada al aire de la ciudad.
     El fluir de la existencia la trajo en vuelo hasta otro puente. Pues estaba escrito que debía hacerse Madre entre las madres de este barrio. Empezaron a hilvanarse los años. El árbol nuevo creció en suelo amigo. Poniendo, como tantas madres, la luz a épocas grises, la ternura a tiempos de odio, el amor a días de hambre.
    El río de la vida arrastró sus propias cruces. Los caprichos de la corriente volvieron a moldear la historia. Otro exilio. Otro refugio. Una nueva superación. Con los años...todo regresó a su cauce.
     Los hijos de aquellas riadas supieron abrir en canal el tiempo. Lo que en un principio era un retal de agua es hoy un inmenso mar coronado por el azul de la infancia.
    Y así, golpe a golpe, beso a beso, en nosotros el río de la vida se fue ENCARNANDO. 

Foto: Jesús Romero
 
CAPÍTULO II. DE BELÉN AL CALVARIO

Foto: Jesús Romero
 
  Al principio de todo fue la Madre. El ser en el que Dios se recreó para dar sustento al hombre. El sagrario de la vida.
  Somos hijos de un SÍ rotundo. Del sacrificio inquebrantablemente aceptado. Desde el vientre de Belén hasta el regazo del Calvario. En el gozo y el llanto, en la amargura y la alegría, en la salud y la enfermedad. No hay instante que escape al cobijo de su manto.
     Nuestra historia está cosida al dobladillo de sillas bajas y horas de radio. A tardes de coplas y noches de desvelo. El devenir nunca rompe el cordón umbilical al que quedamos atados de por vida. Ni siquiera la muerte rasga el lazo con la mujer que una vez se derramó hilo a hilo sobre la cuna.
     Ella sabe de horas de sufrimiento. De los mejores consejos pocas veces atendidos. De fidelidad pese al puñal que le clava el destino. Sólo ella siente los dolores del hijo como si fueran suyos. No guarda rencor aunque la dejemos en tantas ocasiones en un segundo plano. Siempre tiene preparado el pan sobre la mesa. Antepone nuestra hambre a la suya. Con sus manos nos enseñó a caminar. A no perder el rumbo. Esas manos que extrañas cuando sales a la calle y no sientes el tibio roce de sus dedos.
     El corto camino de la memoria te devuelve a esas noches acurrucado en su regazo, tabernáculo de cariño. Al regocijo de unos brazos que te mecieron en un sueño de varales. Al balanceo de piernas clavadas tantas veces en tierra para acabar de vestirte. A enredar las caricias en los cabellos que encaló la edad. A los labios de los que aprendiste el primer padrenuestro.
     El paso inexorable de la vida te llevará a ese día en el que buscarás su rostro y no lo encontrarás a la salida de la parroquia. Ni en aquella calle donde solía verte en la tarde más mágica de todas. Epifanía de primavera. 

Foto: JJ Comas
 
    Un escalofrío recorrerá en vertical tu cuerpo. El recuerdo volverá a herirte con esa lágrima de acero que esconde el antifaz de los años.
      Sólo cuando la madurez nos alcanza comprendemos que una madre es el tiempo que nunca muere.
CAPÍTULO III. EL TIEMPO SIN TIEMPO

Foto: Jesús Romero
 
     ¡Quién pudiera retener el ángel de la infancia! Quedar atrapados en el estanque cernudiano de la niñez. El tiempo sin tiempo. Relojes estériles de minuteros que dilatan aquel paraíso dorado del que nos expulsaron los años. Hoy volvemos a encarnarnos a esa edad en la que conocimos el calor de una mano que nos llevó hasta este templo, extramuros entonces de la ciudad. Aquí, donde tras un puente se alzaba el gozo. Sueño párvulo con el martes preciso de cada primavera. Aquel ingenuo roce con la túnica y la capa. La primera vez que las vestimos. El rito que no aprendimos, sino que heredamos al empezar a escribir la vida.
     Renglones iniciales que se reeditan cuando se encarna en nosotros el niño que nunca abandonamos. Hoy fluye otra vez aquel tiempo. Arroyo revoltoso de recuerdos que nos devuelven a estas calles en las que fue la infancia un abatido conocer postrero.
     Volvamos a ella. Busquemos el azúcar que nos han ido negando los años. Recuperemos la inocente mirada cegada por la luz nueva de marzo. Añoremos los hombros de un padre sobre los que creíamos arañar las nubes (de algodón dulce, por supuesto). Sintamos el regazo de esa mujer en el que se acunaban las horas de cansancio. Esperemos la llegada del amigo con el que las tardes siempre se hicieron cortas. Y atrapemos la ingenua ilusión de atisbar el primer nazareno.
     Regresemos, pues, a esa patria de todo hombre cuando apenas levanta varios palmos del suelo. Seremos -en ese mundo diseñado a nuestro antojo- el que cincela fantasías en la plata, quien hace del compás arte mayor bajo la trabajadera, el sonido que borda la sinfonía en un pentagrama o la mano que plasma sobre el terciopelo la vira de oro que traen estas tardes de marzo.
     ¿Cuántos mundos caben en la mente de un niño? Tantos como siglos en su corta memoria. Por eso hay que volver la vista atrás, encaramarse a ese tiempo que el tiempo redujo a un instante. Cuando la cruz aún no resulta pesada, en el primer momento de la tarde. Ahí está la Arcadia que escapa a la oscura noche de las leyes que inventaron los hombres. La vida que siempre vence a la muerte.
   Estas calendas nos devuelven al chiquillo que llevamos dentro. La ENCARNACIÓN es un misterio que florece en nosotros al son del azahar. El espíritu que se despoja del fúnebre manto del invierno nos fecunda en un aliento de esperanza. Y buscamos -del salón en el ángulo oscuro- el beso de una madre que nos diga: levántate y anda.

Foto: Jesús Romero
 
CAPÍTULO IV. AL DOLOR, POR LA BELLEZA

Foto: Jesús Romero
 
    El oro de la infancia se muta en plata adolescente. Cuerpos que crecen, dobladillos que menguan. El niño da paso a un chaval que va deshojando los años alborotados de la vida. La madre que se desvelaba en horas de fiebre es la misma que espera impaciente la llegada del joven en noches que abrazan la mañana. La edad en la boca, el espíritu en el alma.
     La juventud se encarna cual gota del rocío a la aurora. Fresca y llena de escarcha enjoya los varales de un nuevo tiempo en el que se vislumbra la cruz. El aire de la tarde queda impregnado de intensos aromas cuando muda la piel de la existencia. El primer manantial se hace río caudaloso que arrastra impasible el agua.
     Ramas de olivos y palmas para pisar los umbrales de la ciudad de los mayores. Urbe de efímeros tesoros que seducen a la vista. Oro, plata y sedas visten esta Jerusalén que conduce irremediablemente al Calvario. Al dolor, siempre por la belleza.
     El cariño de una madre engalana de hermosura el sufrimiento. Pone la quietud sonora a la desbordante alegría y el grito de esperanza a la callada zozobra. Cuando la tarde se troca en noche y el sol queda enmudecido, sigue perenne en Ella la luz de abril desparramada en la roja sangre de su paso.
     Sangre que corre por las venas de un Hijo que presentan a la ciudad cuando la ciudad se reencuentra con ella misma. El porvenir queda al sufragio del pueblo, en aras de la muchedumbre. A cara o cruz.
     Una Madre acepta la sentencia del destino, aquélla que se dicta en los pretorios de hospitales y en las cárceles de la vida. El calvario se escribe en las seis letras de una enfermedad. En las manos atadas de un hombre condenado a la esclavitud banal. En las espinas de un hogar donde sólo se respira el hambre de la desidia.





Foto: Antonio Casado

     El aguijón del sufrimiento acentúa la belleza de esta Mujer que llora como sólo saben hacerlo las madres de los barrios. Bajando la mirada al suelo por el que se arrastran las cruces nuestras de cada día. Ella no está hecha para contener la tristeza. No entiende de finos y fingidos modales. Quiebra el talle por el vacío horodado en sus entrañas. Busca en su vientre el hueco del Hijo para acunarlo con sones de diciembre. El pañal en el que un día empezó a escribirse la vida ha bordado un pañuelo de lágrimas con los años. Todo el dolor del mundo cabe entre las manos de una Madre.
     Aquel Niño presentado una vez en el templo lo presentan hoy como Hombre en esta urbe que abandonó para siempre el paraíso de la infancia. En el brillo de sus ojos aún se adivina el brío del chiquillo que lleva por dentro. El que encadenaba las horas con las virutas de un carpintero. El que corría cada tarde a los brazos expectantes de su Madre.
     Cuando el dios de la juventud se aferra a la vida, es esa Madre la que hace la mayor entrega al pueblo. Sin necesidad de Pilatos ni de subir al Gólgota. Sólo la Calzá escucha las palabras susurradas al aire del Martes Santo. El Ecce Homo que pronuncia la rosa entreabierta de sus labios: “Hijo, ahí tienes a tu ciudad. Sevilla, ahí tienes a tu Hijo”. 

Foto. Jesús Romero
 
CAPÍTULO V. MARTES DE SANGRE


Foto: Antonio Casado
 
   Hay un día en el calendario marcado con el rojo de las fechas importantes. El mismo color que abraza el cuello ese martes en el que denso, suave el aire, te devuelve en leyenda a tu origen. Todos los caminos conducen a estas calles que te vieron crecer, en las que aprendiste que la vida no es más que una semana. Y ni siquiera eso, si acaso, una tarde que se estrena con el sol de la infancia y que expira con la senectud de la luna.
   Horas que le dan sentido a la existencia. Minutos heredados de generación en generación. De padres a hijos, de hijos a nietos. Un constante fluir. El río de la familia. Agua siempre nueva que atraviesa viejos cauces. El niño que fuiste, el joven que has sido y el hombre que eres se dan cita al cobijo de la acicalada capa que abriga las emociones por las que el tiempo nunca pasa.
     Con los años has aprendido a portar la cruz e incluso a amarla, pues te va la sangre en ello. En ese reguero impaciente que corre por las venas en la sobremesa de esta tarde. Líquido rojo que se dispara, cual flecha ardiente, del barrio al centro, del extramuro a la médula.
     Ya no está el puente que tan imposible se hacía a la ida y tan fatigoso a la vuelta. No hay ecos de viejos trenes en las vespertinas horas de este martes. Pero aquí siguen, policromando el cielo, los globos de la niñez. Sus dibujos son nuevos, como nueva es la ilusión que renace en los ojos cansados de aquel amigo de tardes cortas. Las marcas que talló la edad en su rostro acentúan la sonrisa con la que cada año, el mismo martes, acompaña al reencuentro. El exilio no pudo nunca desdibujar la forma en la que sujeta el antifaz al rostro. Cuestión de siglos.
     Hoy de aquel barrio apenas queda el pueril recuerdo de un tiempo que se fue abreviando como siglas en la memoria. El campanario se convierte en faro para atraer a los hijos que desperdigó el oleaje de la diáspora. Lo que antes eran casas en las que se amasaban penas y alegrías familiares se han trasmutado en oficinas donde la vida se firma sobre el blanco y frío papel de un contrato.
     De regreso, cuando el cuerpo vaya buscando las tablas del descanso, quedarán pocos místicos en su rincón. Aquéllos que seguían su rosario de  convites mientras la fiesta cristalizaba en la esquina concreta de la taberna. Ahora el oscuro manto de la noche se preña de rótulos luminosos, de olor a embutidos germánicos y del ruido metálico donde se condensa el líquido y rubio elemento que tanto agrada al gaznate. Nuevas formas para antiguos tiempos.
     Cada Martes Santo la Viña desempolva su ancestral orgullo de barrio y penetra en el corazón de la ciudad envolviéndolo todo con ese aire ensimismado de perfume y memoria, de Roma triunfante. La encarnación de un tiempo que quedó atrapado en las entrañas de la añoranza. En cada pliegue de la vieja túnica. En el relato de un Pilatos simpático y buen mozo, al que no gana el de la Macarena.
     Hasta el agua invitada por el cielo forma parte ya de la historia que ha conocido la penitencia tres veces repetidas, tres, de no poderle contar a un hijo cómo son estas horas cuando las baña el sol de la tarde. Crónicas de papel mojado.
     La luz se ha ausentado como aquellos hijos pródigos a los que un día cubrió el hábito de la rebeldía. El cruel destierro cae de bruces en el abismo tenebroso de la apatía.
      Pero el paso largo de la memoria nos devuelve siempre a esta jornada de estela luminosa. La procesión va por dentro, como el sol late tras las nubes, derrotando aquel momento oscuro en el que perdimos el signo vital de la inocencia.
      En este martes el alma regresa a sus andadas. A la fe de tus mayores, a la sangre de tu sangre. Aquí, a San Benito, donde una Madre nunca se cansa de esperar.

Foto: Antonio Casado
  
CAPÍTULO VI. DONDE HABITA EL OLVIDO
 
     A la hora sexta de la tarde un Hombre derrama su sangre cosido a la cruz.

Cristo de la Conversión del Buen Ladrón (Hermandad de Montserrat)
 
      El tiempo se ha cumplido. Nada queda de aquellos brillos que bordaron las edades tempranas. El cuerpo es despojo de años. Sólo el alma mantiene el candil encendido. La llama que sostiene el leño, pesado y augusto, de este último tramo de manos arrugadas y nieve sobre el pelo. Ha de procederse como está escrito. El guión con final conocido desde el principio.
     Llega un momento en el que la historia se nos viene encima. En el que la vida parece ya gastada en el limpio aire de la ciudad. La silueta de un Hombre, que rompe los cielos que una vez perdimos, nos recuerda, con sus brazos abiertos, que nadie es libre de morir su muerte.
     La soledad viste la noche de los tiempos. Su negro atavío cubre el pulso, ya tembloroso, por el que se escapa la existencia. Mirada vidriosa que queda atrapada en una fría sala donde habita el olvido. El lecho del dolor se ha hecho santo madero en este decrepitar. La cruz de los años que aprendiste a portar como ese Nazareno, Dios de un pueblo en las madrugadas que han ido jalonando la vida. La victoria del amor, al que no vence la tiranía del desprecio.



Nuestro Padre Jesús de La Algaba
     Todo se ha consumado. En un pestañear de ojos el río ha ido a parar a la mar. La gloria pasajera de un martes ha desembocado en estas postrimerías de flores marchitas, cera derretida y oros desvencijados. La vida es un palio que se aleja en lontananza, el centelleo de sus últimas luces se funden a negro en la retina de la memoria. Cuando las tinieblas se adueñan de ese momento incierto, este Dios de brazos abiertos rasga el velo del tiempo con las más bellas palabras que legaron los siglos: “Hoy estarás conmigo en este paraíso de abriles eternos”.

Residencia de las Hermanas de los Pobres. Foto: Antonio Casado
      Los ojos se irán cerrando con los sones de la última promesa. En el sueño de una nueva ENCARNACIÓN que nos devuelva a los viejos sitios en los que una vez amamos la vida.
      Donde nacimos para morir siempre.

Foto: Jesús Romero
 
CAPÍTULO VII. EL ETERNO RETORNO

Foto: Antonio Casado
 
   El mar es infinito. Sin horizonte. Plenitud salada. Atrás quedan las aguas dulces que fueron surcando meandros. A esta eternidad de olas van llegando los caudales que una vez nacieron cristalinos y puros para morir junto a la arena de los siglos.

   El eterno retorno. Otra vez volverá a brotar el líquido elemento. El milagro de la vida se hará de nuevo en ese manantial breve y preciso que irá ganando pulso con los años hasta convertirse en el río maduro que fertiliza los campos.

Foto: Jesús Romero
 
    La historia será una y mil veces contada a través de los ojos de esta Madre que sostiene el pilar del tiempo. Todo pasa y sólo Ella queda. Encarnando en sus entrañas los hijos efímeros del devenir, el gerundio que nos lleva al barrio donde se acuna el pretérito.
      Al principio del relato.
      Como quien espera el alba...

Foto: Jesús Romero

 
 LA EXALTACIÓN EN LA PRENSA

SemanaSantadeSevilla.tv 29.11.13
El Fiscal de Diario de Sevilla 09.03.14
 Diario de Sevilla 20.03.14
Una Exaltación para la era digital

Diario de Sevilla 22.03.14
Un canto a la vida y a la madre

Artesacro.org 22.03.14

Nervión al día 22.04.14
SemanaSantadeSevilla.tv 24.03.14

 
LA EXALTACIÓN: ASÍ SE HIZO  

Grabación de la locución base de trabajo para la edición de las imágenes
Centro Cultural El Farol
Martes 21 de Enero






Grabación simulando la casa de un hermano en la mañana Martes Santo 
Viernes 7 de Febrero
 
 


 

Grabación en la Parroquia de San Benito
Cabeza Caliente productora La Guadaña.
Iluminación Jorge Borreguero
Miércoles 12 de Febrero

 
 


 














 

Ensayo de la Exaltación en Unamultivisión
Miércoles 12 de Marzo
 








 
Ensayo Gerneral
Jueves 20 de Marzo
 



 
GALERÍA FOTOGRÁFICA 



Con Pedro Moreno y Jose Carlos Guerra-Librero antes del incio







Con el Hermano Mayor de la Hermandad de San Benito Jose Luis Maestre

Con el Hermano Mayor José Luis Maestre y las madres de los exaltadores

Con el Alcalde de Sevilla Juan Ignacio Zoido, Hermano Mayor José Luis Maestre y las madres de los exaltadores

Familia Casado Vázquez

Con Jose Carlos Guerra-Librero y la Familia Moreno Gutiérrez

Con Jose Carlos Guerra-Librero e Ismael Gutiérrez

Con Carlos Navarro Antolín y señora, Charo Padilla y Jose Antonio Rodríguez

Diego Jesús con su madre



Compañeros y amigos de TeleSevilla

Elvira Suárez Casado

Elvira Suárez Casado con el Alcalde de Sevilla Juan Ignacio Zoido

Con el Alcalde de Sevilla Juan Ignacio Zoido y Pedro Moreno